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Se prohíben los sombreros

  • Foto del escritor: Carolina Celayo.
    Carolina Celayo.
  • 24 mar 2019
  • 3 Min. de lectura

Foto: web

Los ataques en el metro se habían hecho cada vez más recurrentes, sobre todo eran mujeres las afectadas. Un medio de transporte que parecía ser seguro ya no lo era para nadie.

Se instalaron cámaras en cada espacio en el que se podía, si alguien de verdad las vigilaba o si estaban prendidas era todo un misterio, pero también lo eran todas las personas que habían desaparecido. A los pocos meses no solo se prohibía la entrada con armas de fuego y punzocortantes, sino que también los grandes abrigos, las gorras y sombreros.


Los sombreros. El metro estaba repleto de sombreros cruzados con una línea roja, en ellos se leía: prohibidos los sombreros. A todos les parecía una estupidez, sin embargo la Jefa de Gobierno argumentaba que esta medida estaba siendo aplicada para que en caso de un ataque las cámaras pudieran tener una imagen clara del atacante. No había sucedido un evento de este tipo en meses y nadie se había vuelto a poner un sombrero.


La gente dejó de usarlos porque con el paso del tiempo se les empezó a asociar con delincuentes.

Una tarde lluviosa, un hombre se acercó a tomar el metro, su facha era de extranjero de clase media, al que los sombreros cruzados por la línea roja, no eran más que mera decoración. Se acomodó el sombrero negro que llevaba finamente puesto y se dispuso a caminar a la entrada.

- Disculpe señor, no puede pasar - Lo detuvo al entrar uno de los oficiales

- ¿Disculpe? No lo entiendo oficial. Por favor explíqueme, el por que se me esta negando el acceso

- El sombrero

- ¿Mi sombrero?

- Están prohibidos

- Oh, desconozco la normatividad del transporte público, sin embargo, aunque me encantaría charlar con usted sobre la estupidez del asunto, me temo que tengo una prisa tremenda, con su permiso - dijo el hombre del sombrero al mismo tiempo que lo tocaba suavemente como despedida

- Creo que no entiende la gravedad del asunto señor, ahórreme el tener que llamar a mis superiores

- Creo que el que no entiende la gravedad del asunto es otro. Déjeme explicarle dos cosas importantes sobre los sombreros, más específicamente, sobre este sombrero con el que se ha tenido que topar el día de hoy: la gente los porta en la cabeza, no son un arma de guerra, y no me quitaré este sombrero.

- Señor, le estoy pidiendo amablemente que se retire el sombrero de la cabeza.

- Y yo le estoy diciendo amablemente que no lo voy a hacer. Y de acuerdo a su lógica me gustaría cuestionarlo en este momento, si los sombrero están prohibidos, ¿por qué ustedes, cerdos, pueden seguir llevando esas gorras?

- Yo no estoy aquí para responder preguntas. Señor hágame el favor de retirarse el sombrero, o de lo contrario tendré que escoltarlo fuera de la estación

- Ahórreme provocarle el escándalo que le haré pasar en cuanto intente escoltarme fuera de la estación justo en medio de esta tormenta.

- Solo hago mi trabajo y usted debería hacer el suyo

- Yo hago lo que me corresponde, lo cual tiene que ver con mucho más que detener a un hombre por un viejo sombrero.

- ¿Hay alguna razón por la cual no deba quitarselo?

- Claramente no ha entendido que la razón es que no veo el problema a llevar puesto un sombrero, con permiso

- Señor, le estoy diciendo que no puede pasar

- Le estoy diciendo que tengo prisa

- Hagamos una cosa: por una cierta cantidad de dinero, podría considerar dejarlo pasar con su sombrerito

- Dígame, ¿cómo es que un oficial, me pide seguir las reglas y al mismo tiempo me pide una mordida?

- Los valores de la sociedad están sobrevalorados

- Concuerdo totalmente, pero no puedo darme esos lujos

- Yo no puedo darme el lujo de dejarlo pasar sin más

- Pero es que al parecer usted no ha entendido que no le estoy pidiendo ni perdón ni permiso

- ¿Por qué el perdón?

- Con permiso


El hombre del sombrero cruza el torniquete y se pone frente al oficial.

- Juzgar a alguien por la cubierta es tan peligroso como no hacerlo

- ¿Qué?

- Nada amigo, la realidad ahora es que estamos en lados opuestos, tú estás afuera y yo estoy adentro. Tengo que irme...


Se escucha como el tren va llegando a la estación y el hombre del sombrero corre hacía uno de los vagones; el oficial salta los torniquetes, pero se estampa en el suelo. Se cierran las puertas. El hombre del sombrero le hace una señal de despedida agachando un poco la cabeza. La imagen de ambos se aleja. El hombre se acerca a una chica.

Nadie ha vuelto a ver a la chica ni al hombre. El sombrero apareció dos días después en el último vagón del metro.

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