¿Por qué escribo?
- Carolina Celayo.
- 2 mar 2019
- 2 Min. de lectura

Escribir es un acto casi cotidiano y sin embargo muchas veces no lo hacemos más que para lo que resulta ser estrictamente necesario. Pero necesario es una palabra curiosa.
¿Qué es necesario? ¿Para quién?
No recuerdo exactamente cuando empecé a escribir más de lo que era estrictamente necesario, casi siempre que escribo lo hago para mí. En lo últimos años se ha vuelto mi escape a todo, a cartas no enviadas, a sentimientos que no entiendo hasta que los pongo en papel, a emociones que no puedo sacar de mi sistema hasta que puedo ver las palabras.
No soy muy buena hablando sobre lo que siento, sobre todo porque muchas veces aunque conozco las palabras no las entiendo o simplemente me cuesta decirlas, soy mejor escribiéndolas, para ti y para mi es mejor así, espero lo entiendas.
Escribir es tan cotidiano que pareciera que cualquiera puede hacerlo, seguramente a muchos les sorprendería saber que no es tan sencillo, las palabras tienen un poder gigante, pueden parecer letras al azar, pero en conjunto forman algo más grande.
Hay veces que tengo una necesidad gigante de contar un historia, la cual suele ser mi vida aunque no lo diga, aunque me cueste admitir que no es perfecta, pero me gusta, aunque me cuesta admitir que hay días malos y que también hay días increíbles, pero la vida es la vida y hay que escribirla como es.
Hace algunos días me aconteció algo en mi vida que me hizo darme cuenta que por sobre muchas cosas que disfruto, escribir es la primera y que no voy a dejar que alguien me diga que no puedo hacerlo, porque lo voy a seguir haciendo porque es lo que amo y es lo que hago.
Hay otra cosa que me gusta de la escritura, pero primero quiero entrar en contexto, hace algún tiempo fue la gran tormenta emocional de mi vida en estos 20 años y ya no sabía qué hacer para sentirme mejor. Así que una tarde me escribí una carta, escribí todo lo que sentía y todo lo que esperaba de mí. La guarde y la abrí un año después, me gusto saber que ya no me sentía de la misma forma que cuando la escribí, que no me había quedado estancada ahí, que había dejado de doler y que eso es lo que pasa, duele y deja de doler. Hoy en día es una pequeña tradición conmigo misma escribirme una carta cada año, me muestra lo valiosos que son los cambios y lo orgullosa que me siento de mi misma por animarme a lo imposible.
Creo que la escritura por sobre todas las cosas me ha salvado de mi misma y eso es haberme salvado de todo.
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