El perro se ha ido
- Carolina Celayo.
- 3 dic 2021
- 2 Min. de lectura

Recuerdo cuando llegaste. Yo tenía unos 5 años y le lloré a mis padres hasta que cedieron a traerte a casa. Eras una pequeña criatura llena de rizos blanquecinos. Eras demasiado pequeño y me seguías a todos lados, excepto arriba; las escaleras te parecían un monstruo gigantesco para tu diminuto tamaño de cachorro y llorabas porque no podías seguirme el paso.
Pero nos divertimos ¡vaya que lo hicimos! Recuerdo que regresaba de la escuela y me quitabas mis calcetas blancas mientras te correteaba al rededor de la mesa intentando quitártelas de entre tus dientecitos. O qué tal cuando te sentias dueño de los sillones y corrías por cada uno evitando que me sentara, sabía que solo querías jugar, pero te lo tomaste muy en serio aquella vez que sonó el teléfono y te aventaste sobre mi.

Mordiste todas las piernas de mis muñecas Bratz y toda su colección de zapatos; a veces bromeaba contigo de que eso realmente me había ofendido, pero nunca fue así.
Odiabas bañarte; supongo que le hacías honor a tu nombre, Sloppy después de todo significa mugrosito; sabías perfectamente que cuando mi papá metía una cubeta al baño y la comenzaba a llenar en la regadera, era una señal peligrosa que solo podía significar: día de baño. Y rápidamente te escondías bajo la mesa del comedor.
También recuerdo que cada mañana en camino a la escuela, cuando abríamos la reja para sacar los coches aprovechabas el mínimo descuido para escaparte de casa, pero siempre supiste como regresar; eras tan vagabundo que los vecinos terminaron conociéndote. Hasta que un día, un 30 de abril (lo recuerdo perfectamente), no lo hiciste, desapareciste por tres meses. Recuerdo que pusimos letreros en todos los postes con tu foto y tu nombre, renunciando a la idea de que regresarías pero lo hiciste.

Tal vez podríamos mencionar cuando te subías a dormir conmigo a la cama, o cuando te comiste mi rebanada de pizza que me arrebataste de la mano, cuando salías corriendo cada que alguien tocaba el timbre. Cuando saltaste del primer piso de la casa y te lastimaste tu patita, no sé en qué pensabas, estaba tan hinchada que lucía como una pata de gallo.
En tus últimos años perdiste la fuerza para subir al sillón, perdíste el oído y se te deterioró la vista, ya no podías subir las escaleras y la mayor parte del tiempo dormías. Aún en tus últimos días eras una criatura silenciosa que se acostaba cerca de donde estábamos, haciéndonos compañía y haciéndote compañía. Acostándote en lugares poco apropiados y en los que teníamos que rodearte cuando trapeábamos por las mañanas.
Y aún en tus últimos días, fuiste mi perrito de rizos blanquecinos, mi compañerito pot 16 años de mi vida y me recibiste feliz cada día que regresaba a casa (en tus mejores días, saltando de alegría). En todo lo que fue tu vida, siempre te quise muchisímo por tu nobleza y lealtad, mi perrito Sloppy.
Comentarios